Jhon Vachon, fotógrafo americano (1914 –
1975) que se inició en la fotografía en los años de la gran depresión y trabajó
para las grandes revistas americanas de fotos, Life y Look.
La imagen seleccionada despertó en mí un interés especial e incomprensible. Si
aparentemente no trata ningún tema relevante o impactante que pudiera justificarlo,
¿de dónde surgió el interés por esta imagen concreta? ¿Por qué la escogí entre otras
muchas?
La lectura de La cámara lúcida, de Roland Barthes
me desveló el enigma y comprendí que esa imagen me había punzado, había
despertado en mí ecos de un pasado muy remoto, pero aún cercanos y
familiares.
Al revisar la imagen y tratar de
codificar esa sensación confusa, comprendí que podía estar relacionada con el
nivel informativo de la imagen y con la asociación que yo personalmente había establecido
a partir del input visual.
La imagen fue tomada en el otoño de 1938, en una
calle de Cincinati. Yo no había nacido aún, y, ni yo, ni nadie de mi familia
había estado nunca en ese lugar; pero, a pesar de la distancia en el tiempo y
en el espacio, la imagen me resultaba enormemente familiar ¿Por qué?
La clave está en la imagen de la mujer
fotografiada en el primer plano y su contraposición con la imagen del cartel.
Esa mujer pasa (o espera), delante de un local que anuncia una película, en una
calle comercial de una ciudad, (el escaparate del local que exhibe el cartel
publicitario parece actuar como un espejo que nos permite entrever la calle de
enfrente). Es una mujer joven, bien vestida y de semblante serio. Algo le llama
la atención a su derecha porque desvía la mirada; mira como de reojo algo o a
alguien que nosotros no vemos pero que ha captado su atención.
Desde la posición que el fotógrafo ha adoptado
para captar la imagen (se supone que casual, porque este fotógrafo se dedicó en
esos años a testificar la vida cotidiana americana en sus imágenes) la cabeza
de la mujer se contrapone a la de la actriz del cartel cinematográfico y es en
esa contraposición donde la imagen adquiere una potencia y una dimensión
diferente. La mujer no mira el cartel, ni la publicidad de
la película, pero, si nos fijamos en sus cejas, podemos comprobar que están
depiladas como las de la actriz que aparece en el cartel. Ella misma (a no ser
por el detalle de las gafas que la sitúan en el mundo del común de los
mortales), podría ser la protagonista de una película, pues el corte de pelo,
el sombrero estilosamente ladeado que le cubre parcialmente la cabeza, la piel
que realza su abrigo o el modo de sujetar el bolso bajo el brazo nos recuerdan
a fotogramas que hemos visto en películas de los años treinta y cuarenta. ¿Ella viste y se
arregla el pelo y las cejas como ve que lo hacen las actrices en las películas?,
o ¿son las actrices las que visten como acostumbran a hacerlo las mujeres de esa época para dar mayor credibilidad a
sus personajes?
Toda la información que porta la imagen nos
sitúa claramente en un momento histórico concreto. Si no tuviéramos el dato de
la fecha en que fue tomada la fotografía, diríamos que es de los años cuarenta,
por el modo de vestir de la mujer y por el tipo de fotograma que se muestra en el cartel de
la película que se anuncia. Quizá tendríamos más dificultad para situarla
exactamente en Estados Unidos, podría ser cualquier otra localidad europea de
habla anglosajona (los carteles y textos están en inglés), porque el cine tuvo
un gran impacto social en los años anteriores y posteriores a la Segunda Guerra
Mundial y el modo de vestir, maquillarse y peinarse de los actores y actrices
de la época influyó en la moda de los años treinta y cuarenta del siglo pasado.
Es, quizá, transitando por estos derroteros por
lo que la imagen me atrajo desde un primer momento. ¿Qué fue lo que se
atravesó? ¿Por qué esta imagen me punzó y otras que vi no lo hicieron? Trataré
de desentrañar esa vaga impresión.
La fotografía de esa mujer con ese atuendo me
recordó las fotografías de otras mujeres más cercanas a mí, vistiendo de manera
semejante cuando eran jóvenes y yo, o no había nacido o aún era muy niña. Son
las fotografías que de mi madre y sus
hermanas, arregladas para un día festivo, se conservan en el album familiar que recoge algunos instantes de acontecimientos relevantes y paseos por
la ciudad. Tenían poca ropa de vestir, pero la
que tenían se cuidaba con esmero y se valoraba mucho, como sucede con todo bien
escaso. Como no era posible adquirir ropas de buenos paños y bien hechas en las
tiendas de moda, la mayoría de las veces se confeccionaban en las propias casas
(en familias numerosas era bastante común que, bien la madre, o alguna de las
hermanas supiera coser y confeccionara la ropa de la familia) o se encargaba a
modistas o sastres y es ahí donde entraba en juego ya la moda y el protagonismo
de actores y actrices como patrones y modelos a imitar.
Ahora comprendo cómo al mirar esa foto, lo que
yo estaba viendo era la imagen que me había formado a partir de las fotografías
de mi madre y mis tías, de toda una época. Época en que mi madre y mis tías estaban solteras o recién casadas y esos
patrones de moda en el vestir habían llegado a España y persistieron durante la posguerra, en
los años cuarenta y cincuenta constituyendo la escenografía de los momentos importantes y festivos en el contexto familiar.
Pero aún hay algo más profundo en ese
interés especial que despertó en mi esta fotografía y, sin duda, es lo que el cine significó para toda esa
generación de mujeres, privadas de casi todo en su juventud, en los duros años
de posguerra. En una época en que la escasez y la rigidez de costumbres
impuesta por el nacionalcatolicismo era una cruda realidad, el cine ofrecía una
puerta abierta a otros mundos, una vía de escape que aportaba modelos y vivencias en los que reconocerse y
proyectarse. Yo no soy capaz de identificar así sin más, a los actores que
están fotografiados en el cartel, pero es posible que una de mis tías, con
quien, años más tarde acostumbraba a ver esas películas de los años cuarenta
por TV, sí los reconociera.
Por tanto, lo que despertó en mi esa imagen fue la
identificación de esa joven de una localidad americana, tan distante y lejana,
con los sueños e ilusiones de las jóvenes de posguerra que fueron un día mi
madre y mis tías, mujeres que se depilaban las cejas, pintaban los labios o se marcaban
ondas en la melena según los patrones marcados por esas actrices de la
pantalla, como acreditan las fotografías que de ellas aparecen en el álbum
familiar y que tanto se parecen a la mujer fotografiada en la calle. Porque
también ellas, a pesar de quedar congeladas en el instante en que se tomó la
foto, eran de carne y hueso, vivieron una vida real y hubieron de sortear todo
tipo de dificultades, como protagonistas de la película de su propia vida.
Es, en mi opinión, en esta especial capacidad que
tienen las imágenes para despertar en nosotros recuerdos o sensaciones
escondidas en lo más íntimo de nuestro ser, en lo que Roland Barthes localiza lo
que denomina punctum.
SITOGRAFÍA
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